¿Qué estamos esperando?
NUEVA YORK. Para que una persona deje de fumar necesita motivación, fuerza de voluntad y tener apoyo de la familia y los amigos. Es posible que también requiera ayudas médicas como parches, chicles o inhaladores de nicotina. Sin embargo, para que una sociedad entera deje de fumar se necesita que haya más gobierno, y el mejor ejemplo de ello es la batalla contra el cigarrillo liderada por el alcalde de Nueva York, el fumador reformado Michael Bloomberg.
En estos días, la ciudad dio a conocer las estadísticas más recientes del impacto del cigarrillo en su población, y los números son pasmosos: apenas el 14 por ciento de los neoyorquinos fuma, y entre los estudiantes de bachillerato de los colegios públicos, la proporción es del 7 por ciento. Nunca desde que se empezaron a llevar registros se había contabilizado en Nueva York un número tan reducido de fumadores.
Es una diferencia abismal con relación al 2002, la época en la que el alcalde empezó su cruzada antitabaco, lo que quiere decir que está creciendo en esta ciudad una generación de jóvenes para la cual el cigarrillo ya es cosa del pasado, un hábito anticuado prevalente apenas en sociedades atrasadas. En contraste, 30 por ciento de los adolescentes colombianos, es decir un poco menos de tres de cada diez, son fumadores habituales.
El milagro de Bloomberg no es ningún milagro sino la combinación de políticas que han cambiado efectivamente los hábitos de la población. Primero, se prohibió fumar en recintos públicos cerrados como bares y restaurantes. Después, la ciudad lanzó una campaña publicitaria de choque -los invito a que la busquen en Youtube-, en la que auténticas víctimas muestran cómo es vivir con los efectos devastadores del tabaco. En mayo de este año, la prohibición de fumar se extendió a espacios públicos abiertos, como parques y playas. Ya sé que medidas como estas, y otras, como la prohibición de la venta al menudeo, han sido adoptadas también en nuestro país. Pero el elemento crucial de la estrategia de Bloomberg, el aumento de los impuestos y, por consiguiente, de los precios, es el que realmente ha cambiado el juego. Después de que el alcalde le declaró la guerra al tabaco, Nueva York pasó a vender los cigarrillos más caros de los Estados Unidos. Cada cajetilla de 20 unidades cuesta más de 11 dólares, de los cuales 7 están destinados a impuestos. Hace 10 años, la tasa no llegaba a 2 dólares por paquete.
¿Sería posible hacer lo mismo en Colombia? No solo sería posible, sino que es urgente, de acuerdo con Prabhat Jha, un eminente epidemiólogo indocanadiense, quien estuvo hace poco en nuestro país explicando que, si se duplicara el impuesto al tabaco, la demanda de cigarrillos caería en 37 por ciento y 1 de cada 5 fumadores dejaría el vicio.
En ese escenario, la cajetilla de cigarrillos que hoy en día cuesta, en promedio, 2.000 pesos, pasaría a costar alrededor de 3.500 pesos. No hay ninguna duda de que miles, si no millones, de colombianos tendrían que dejar de fumar simple y llanamente por una cuestión de números.
Algunos fumadores y, sobre todo, la industria tabacalera dirán que el impuesto es regresivo porque afecta más a los pobres y que el sector, como un todo, es un motor de crecimiento. No nos digamos mentiras. El cigarrillo solo beneficia a quienes lo producen, y el alcalde de Nueva York, que lo tiene claro, ha tenido éxito en su cruzada porque no ha cedido a las presiones de 'Big Tobacco'.
Queda el problema del contrabando. ¿De qué sirve aumentar el impuesto cuando existe comercio ilegal? Eso también es un mito: gravar el tabaco como corresponde produciría en todo caso una caída del consumo y la recaudación podría ser usada para perseguir a los contrabandistas.
El caso de Nueva York está para estudiarlo y, sobre todo, para copiarlo. Francamente, no sé qué estamos esperando.
Tomado de Eltiempo.com en:
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