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jueves, 4 de diciembre de 2014

elmundo.es – 3 de diciembre de 2014 – España

El tabaco... muere

dice jesús en el Evangelio de San Mateo: «Quien a hierro mata, a hierro muere». Después de quinientos años calcinando pulmones en Europa dicen que la industria del tabaco lentamente se consume; que el negocio del que durante tanto tiempo vivió y murió tanta gente se apaga como una vulgar colilla arrojada al suelo por unos dedos amarillentos de nicotina. La bíblica maldición recae así sobre este exótico mal que los conquistadores trajeron de las Indias junto al chocolate, las papas y el tomate, pues si, tal reza en sus envoltorios, el tabaco mata, a fe que también ha de morir. En los estancos ya se percibe de hecho un cierto halo funeral. El destino y la etimología los aíslan del futuro. Muere el tabaco, más no morirá solo. Con él lo harán muchas otras cosas.

Ir a comprar tabaco para el padre, como ir a comprar leche condensada para la madre u optalidones para la abuela, antaño formaba parte de las obligaciones de todo buen hijo. Entonces no pedían el carné de identidad en los estancos para comprobar la mayoría de edad del comprador. Iba de suyo que los cigarros (en Sevilla nunca hubo pitillos ni cigarrillos, eso era en las películas) eran para el padre. Y si no eran para el padre daba igual porque los niños también fumaban si les daba la gana. ¡Si fumaba hasta el médico del seguro cuando atendía a los enfermos de bronquitis, no iban a fumar los niños!

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