Durante buena parte del siglo 20, el cigarrillo estuvo asociado a atributos positivos, y fumar en público era sinónimo no sólo de placer, sino de una lucha ganada. Por eso, también se impuso el cenicero, un reservorio de desechos que llegó a ser omnipresente y, en los vehículos, se ideó la forma de que estuvieran incorporados a través de mecanismos que no le quitaran espacio o elegancia al interior de los coches. Los autos también comenzaron a incorporar prácticos encendedores ligados a las conexiones eléctricas.
Disociado ya del glamour , de la masculinidad o la feminidad, la espontaneidad y del espíritu deportivo, el tabaco está ligado hoy a enfermedad, falta de calidad de vida y muerte. En múltiples países del mundo, incluido el nuestro y sus distintas jurisdicciones –como la provincia de Córdoba–, está prohibido fumar en lugares cerrados. Los sectores de “fumadores” desaparecieron primero de las aerolíneas –de la mano también, hay que decirlo, del modelo de líneas aéreas de bajo costo, que simplificó la configuración de los aviones–, luego de los bares y prácticamente también de todos los aeropuertos. En contraste, en la segunda mitad del siglo pasado no era extraño que un docente –revestido de la autoridad y responsable del reparto de justicia en el centro educativo– fumara dentro de un aula con puerta y ventanas cerradas.
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