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martes, 26 de julio de 2011

Editorial de EL TIEMPO. Bogotá D.C., Colombia, 25 de julio de 2011

Es pronto para desdeñar los potenciales impactos de esta legislación.

El jueves pasado entró en vigencia la prohibición de la publicidad explícita e indirecta y la venta menudeada del cigarrillo en todo el territorio nacional. Estas dos medidas, incluidas en la Ley 1335 del 2009, constituyen un esfuerzo normativo para impedir la compra de tabaco a los menores de edad y los más pobres, así como la promoción de su consumo.

No sobra reiterar las acertadas razones fiscales, de protección de la niñez y de salud pública detrás de una legislación tan drástica. Se estima en 3,3 millones los adultos colombianos que fuman y aproximadamente la mitad sufrirán complicaciones relacionadas con ese mortal hábito. Una parte del costo de los tratamientos de estos quebrantos, completamente prevenibles, proviene hoy y seguirá proviniendo del erario público.

Por otra parte, las autoridades de salud de Bogotá calculan que un 30 por ciento de jóvenes capitalinos son fumadores. Sin cigarrillos sueltos en las calles y los alrededores de colegios y universidades y sin material publicitario que brinde glamour al tabaco, las probabilidades de que estos adolescentes sostengan el hábito hasta la adultez se reducen.

Los críticos de estas normas apuntan a la disminución de los ingresos de tenderos y vendedores ambulantes y a la dificultad en hacerlas cumplir. Frente al primer argumento, los cigarrillos 'sueltos' no son la única mercancía en estos puestos de venta y el impacto sobre los jóvenes es tangible.

En cuanto a la incapacidad de evitar una burla masiva de la restricción, este es un vaticinio por confirmar. En primer lugar, el Gobierno cuenta con más instrumentos para vigilar la publicidad de las compañías tabacaleras. Si bien es cierto que la venta ambulante es difícil de controlar y que muchos infringirán abiertamente la medida, la Policía Nacional debe dar el ejemplo y sancionar a quienes sean detectados.

Partir del prejuicio de que los ciudadanos están listos a violar las normas por una bocanada de humo cancerígeno es asumir la inexistencia de una base cívica, si bien pequeña, en la sociedad. En especial, cuando muchos reconocen los efectos nocivos del tabaco y quisieran que los más jóvenes no terminaran siendo adictos al cigarrillo. Es pronto para desdeñar los potenciales impactos de esta legislación.

editorial@eltiempo.com.co

http://www.eltiempo.com/opinion/editoriales/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-9983424.html

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